jueves, 7 de julio de 2011

Machu Picchu 100 Años

Machu Picchu 100 Años

Esplendor en centenario del santuario inca que Pachacútec erigiera para el placer de sus sentidos.

Monumento a la audacia y poder de Pachacútec, Machu Picchu fue el lugar sagrado de descanso para la panaca real. Aquí, en majestuosa foto a cargo de José Álvarez Blas.
Ahuyentando la típica foto de postal, quizá no sea tan difícil transportarse mentalmente a Machu Picchu en los días de su esplendor. Entonces, uno podría ver a la corte de Pachacútec disfrutando de ese lugar de veraneo de la panaca real, observar a los cultivadores del maíz sagrado o fisgar al mismísimo gobernante gozando, calatísimo él, de un baño en su piscina privada regada con el agua de manantial que luego de una primera y purísima parada en su habitación seguiría su curso por el santuario a través de un sistema de canales.

Luchando contra la maleza, Bingham descubriría la ciudadela que tanto había buscado en julio de 1911.
Refugio de invierno y monumento a las victorias militares del gran Pachacútec junto con las edificaciones de Písac y Ollantaytambo, Machu Picchu se habría terminado de construir hacia 1450 o 1460, quedando en el olvido luego de la Conquista y siendo descubierto para la ciencia en 1911 por el historiador Hiram Bingham. A cien años de su presentación en sociedad, Machu Picchu es hoy ese imán turístico que entre muchas celebridades ha atraído ahora al actor Jim Carrey. Muy lejos estamos de los días en que Bingham llegara allí por primera vez guiado por un niño de la zona para apreciar rodeado de hermosísimo silencio los vestigios incaicos cubiertos de maleza.

Explorador nato, aquí Bingham (der.) luego de largo viaje en la cima del nevado Coropuna, Arequipa.
Patrimonio de la Humanidad declarado por la Unesco en 1983 y elegida el 2007 como una de las 7 Maravillas del Mundo Moderno, Machu Picchu espera terminar de recibir este año a 900 mil visitantes que representarán un reto para la sostenibilidad de sus 32,592 hectáreas. Con la fecha central de las celebraciones prevista para este jueves 7 de julio con un espectáculo de luz y sonido a cargo de Luis Llosa (ver nota aparte sobre calendario de actividades), bien valdría la pena evocar el clima original del santuario, días apacibles en los que los astrónomos precisaban con exactitud en sus observatorios los solsticios de verano e invierno.

Las construcciones de piedra albergaban cientos de piezas que Bingham llevaría a Yale para volver al Perú un siglo después.
Como apunta el antropólogo y explorador Kim MacQuarrie en su artículo “Los últimos días de los Incas”, incluido en el libro Machu Picchu: Canto de piedra, el santuario, junto con Písac y Ollantaytambo, eran construcciones destinadas a ser ocupadas solo por Pachacútec, constituyendo sus tierras “las únicas de carácter privado dentro del creciente Imperio Inca”, cuyos cultivos y ganado estaban destinados a mantener a la panaca real y afianzar el poder de su casta, un lugar donde la corte podía “comulgar con los dioses que residían en las montañas”.

Bingham y familia en Connecticut, 1908, cuando aún no se erigía como el gran descubridor.
Obra de arquitectos, picapedreros y albañiles que habrían hecho realidad en granito el diseño exacto que Pachacútec trabajara en barro en un modelo a escala, Machu Picchu fue ese centro ritual rozado por la divinidad del inca al que, según el antropólogo Richard Burger de la Universidad de Yale, “la panaca escapaba de las heladas en Cusco y de las presiones políticas”. Y precisamente traídas desde Yale luego de larga disputa, las piezas que Bingham llevara a EE.UU. están próximas a ser expuestas en el museo que será inaugurado prontamente en la Casa Concha en Cusco.

Magnificencia de la piedra en foto de Álvarez Blas, autodidacta admirador de Chambi. La imagen forma parte de un próximo libro suyo sobre las 7 maravillas del mundo moderno.
Bingham, de quien se dice que debió cruzar gateando un rústico puente sobre el río Urubamba para llegar a la cima de Machu Picchu, hizo varios viajes al santuario apoyado por la fortuna de su esposa Alfreda Mitchell, nieta del fundador de la joyería Tiffany en EE.UU. Realizando sus primeras exploraciones a lomo de una mula, en 1910 Bingham ofrecía a los habitantes de la zona un sol por cada ruina a la que fuera guiado. Sería recién en julio de 1911 cuando el poblador Melchor Arteaga le informara sobre Machu Picchu y le mostrara el camino a la ciudadela. Según lo narrara en el libro La ciudad perdida de los Incas (1948), en su camino, plagado de víboras amarillas, gatearía sobre el puente de madera con remiendos de liana para terminar encontrándose un 24 de julio con la gratificación de los centenarios muros de piedra cubiertos de maleza que luego presentaría en sociedad. Al año siguiente, con el apoyo de la Universidad de Yale volvería para realizar excavaciones arqueológicas y transportar hasta EE.UU. las piezas que hoy han vuelto.

Conociendo más del Perú, aquí Bingham junto al subprefecto de Cotahuasi y su escolta militar inspeccionando la industria de alfombras.
Nacido en Hawaii y admirador de Bolívar, Bingham descubriría para la ciencia ese lugar que, según el intelectual Uriel García, también era un centro destinado al trabajo femenino y confección de magníficos mantos como el de la niña de Ampato. En su diario, y con la retina todavía impactada por la imagen de aquellos muros de piedra que asomaban por entre la densa vegetación del bosque de neblina, Bingham escribiría: “¿Quién podría creer lo que he encontrado?” Ver para creer, y querer
Bingham junto a su esposa Alfreda Mitchell, nieta del fundador de la joyería Tiffany en EE.UU.

Machu Picchu y todo su esplendor captado por Álvarez Blas en imagen que forma parte de su archivo fotográfico que viene trabajando desde hace 20 años.

FUENTE: http://www.caretas.com.pe/Main.asp?T=3082&S=&id=12&idE=940&idSTo=0&idA=53338

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